jueves, 16 de agosto de 2007

PARIAS QUE MIRAN DESDE EL PUENTE




“Los amores cobardes no llegan a amores, ni a historia, se quedan allí." (Silvio)
“Hay que sentir, no "pensar" en sentir” (La"bruja" Nadia)


Como si se le hubiese muerto alguien. Quiero darle un pésame por el desamor forzado, por esa sensación de pesadilla que sé que está sintiendo. Hace poco menos de un año ella conoció un “hombre ideal”. Brillante, lúcido, estudiante de psicología, buen escritor, interlocutor válido, buen amante. Viajaron en camioneta. Fueron a eventos culturales. Leyeron juntos, tuvieron sexo tántrico. El era “como demasiado” independiente absorto en su análisis intelectual de Freud y el universo. Ella es de deseo Susanita pero con lecturas Mafalda, goza haciendo jalea de mandarina, soñando con futuro compartido. La pasaban bien. A veces él estaba algo ausente. De pronto, como un rayo, él le dijo que no, que no la amaba, que no sabía como era amar, que nunca pudo, que mejor dejarlo. Se lo dijo de un día para otro. No sos vos, soy yo.
Ella quedó en shock, pero su alma inteligente la mantiene serena y de pie.
El no sabe amar, no puede, no le sale. Y no es que no puede amarla a ella. Dice. No puede en general. Entregarse, fluir, sentir. Puede, en cambio, analizarlo, tener conciencia de la imposibilidad.
Extraña y trágica patología.
Y entonces me acuerdo de él, de Oliveira. Pobre. Y de mi extracto favorito:

“¿Pero no hemos vivido así todo el tiempo, lacerándonos dulcemente?
No, no hemos vivido así, ella hubiera querido pero una vez más yo volví a sentar el falso orden que disimula el caos, a fingir que me entregaba a una vida profunda de la que sólo tocaba el agua terrible con la punta del pie.
Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está nadando en el aire, girando alucinada en torno al campanario, dejándose caer para levantarse mejor con el impulso.
Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los nada. Yo los busco, los encuentro, los miro desde el puente, ella los nada. Y no lo sabe, igualita a la golondrina.
No necesita saber como yo, puede vivir en el desorden sin que ninguna conciencia de orden la retenga. Ese desorden que es su orden misterioso, esa bohemia del cuerpo y el alma que le abre de par en par las verdaderas puertas.
Su vida no es desorden más que para mi, enterrado en prejuicios que desprecio y respeto al mismo tiempo. Yo, condenado a ser absuelto irremediablemente por la Maga que me juzga sin saberlo. Ah, dejame entrar, dejame ver algún día como ven tus ojos.” (Rayuela, capítulo 21)

Oliveira no pudo. Oliveira se desespera cuando ya es tarde. Oliveira ruega esa cosmovisión que no tiene y que sabe que no tiene y paf, se acabó. Supongo que no lo hacen a propósito, son parias de un secreto, de una posibilidad para los elegidos: amar –en carne viva, vulnerable, contradictoria, inexplicable, sin recetas ni conclusiones-. Nadando.
A vos, amiga, chica rabanito, duele ahora, pero va a pasar. La Maga, o sea la poesía, o sea la vida, está de tu lado.
Del nuestro.

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