viernes, 14 de septiembre de 2007

Me llamo Carrie Bradshaw y asi me nació la conciencia

La gente como yo, que lee Hesse a los ocho años y no lo entiende pero bueno, lo lee, que cruza Colombia por tierra porque es valiente y que descubre a los 33 las bondades intercambiables del amor recíproco y el alaciado, tiene un problema serio. Como todos sabemos, para ser querid@s en esta vida, debemos alcanzar cierta postal-estereotipo de lo que creemos que esperan de nosotros, o lo que efectivamente esperan de nosotros. Por eso existen suficientes médicos y abogados y amas de casa abnegadas en el mundo. Y con lo que te piden ser, te piden -o nos pedimos-, también, no ser, determinada cosa.
El prejuicio se nos incrusta como una sanguijuela y podríamos no arrancarlo nunca.
A lo largo de mi vida, por ejemplo, se me ha sugerido no usar minifalda ni color violeta, no leer a Isabel Allende y , dado que nunca seré una chica de su casa, ni callada ni conformista ni suave ni barbie kundera, mejor que sea de la siguiente manera: cronista latinoamericana de temas profundos como guerrilla y narcotráfico, indigenista, izquierdista, sin éxito "capitalistamente hablando", de romances tumultosos y breves donde seré inalcanzable y admirada siempre a destiempo, abandonada, alternativa, melancólica, lúcida y freudiana.
Hay una densidad que debería tener, porque eso es lo que supuestamente me toca. Debo ocuparme de "cosas importantes".
Así, y para conformar a ese ojo de Gran Hermano que está afuera y finalmente adentro, a la sanguijuela, debo escribir más artículos sobre la injusticia social y menos sobre los conflictos de pareja y no podré confesar nunca que me gusta Shakira ni Alejandro Sanz.
No sólo las rubias cargan con el estigma de tontas, la gente de rulos que ama Cortázar tiene la obligación de no parecer frívola jamás.
Y resulta que estoy harta de sentir que debo dar explicaciones porque escribo en revistas femeninas, que se me da la regalada gana comprarme botas rojas, que si quiero leo y escribo autoayuda, que si quiero me quedo y que si no me voy, que tengo ganas de ser lo que siempre me dijeron que no iba a ser: hermosa y feliz.
Que no es lo mismo ser profundo que haberse caído adentro de un pozo, carajo, mierda.

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