viernes, 31 de agosto de 2007

So, just do it. ¿no?

lunes, 27 de agosto de 2007

The question is blowing in the dream, (II)



Digamos que aquella plantación del sueño, aquel terreno fértil era un viñedo. Ya bauticé la dicotomía como "el viñedo y el avión". El viñedo es la plenitud doméstica, la comunicación cara a cara con la naturaleza, la comprensión de los ciclos, esperar por las semillas. El avión es el mundo. Mirarlo y olerlo. El avión es el viento en la cara, la sorpresa, la interacción con lo público. Cuando era chico, mi hermano siempre jugaba al "tuto o coco". Le ponía "tuto" de nombre a cualquier cosa, un caramelo, un autito, una flor, y "coco" a la otra. Y las escondía en sus puños. Uno debía elegir "tuto o coco". Era divertido pero en general quedábamos con las ganas de lo que él guardaba en la mano cerrada. ¿Será alguna vez realmente el pasto más verde del otro lado?
Tengo dos pesadillas recurrentes.
Una.
Estoy en, supongamos, Manhattan. En algún lugar del Central Park. O en ese pasillito de acera donde hay bancos y da al lago o río, o no se, no fui, aún. O en Barcelona, creo que hay un pasillito parecido. Me gusta lo que huelo, me gusta el revoltijo y la sensación de You are here. Im the queen of the world. Gente en camisón en la calle, Carrie, Allie. Ser viajera es un trance de sentido escurridizo. Pero un día, extraño, la fertilidad concreta, una casa construída con el cuerpo propio, leños, cortinas de cuentas, viñedo, intimidad.
Dos.
Remuevo y remuevo la tierra, y abono, y tarda mucho en salir. Como dicen que el bambú. No puedo sola con algo tan extenso y tan barro. Debe haber alguien más. A veces hace frío. Si se esfuma –por ejemplo ese alguien más, por ejemplo lo que crece- se me impregna el fantasma de haber perdido el tiempo. Y a veces, también, es todo tan poco sofisticado. Tan revolver la cacerola para que no se pegue.
Es raro, en el sueño, brillante como el sol al mediodía, no se veían peligros. Al contrario. Y sin embargo. Mujer de poca fe.
Las pesadillas son, despierta, en un “tuto o coco” suspendido. Ahora, aquí afuera solo hay asfalto y un pino verde claro que no puede crecer en una maceta mínima. Lo apoyo en una silla, en la mesa, lo muevo hasta que lo mude a un lugar donde pueda ser más fuerte. Echar raíz para apuntar al cielo.

jueves, 16 de agosto de 2007

PARIAS QUE MIRAN DESDE EL PUENTE




“Los amores cobardes no llegan a amores, ni a historia, se quedan allí." (Silvio)
“Hay que sentir, no "pensar" en sentir” (La"bruja" Nadia)


Como si se le hubiese muerto alguien. Quiero darle un pésame por el desamor forzado, por esa sensación de pesadilla que sé que está sintiendo. Hace poco menos de un año ella conoció un “hombre ideal”. Brillante, lúcido, estudiante de psicología, buen escritor, interlocutor válido, buen amante. Viajaron en camioneta. Fueron a eventos culturales. Leyeron juntos, tuvieron sexo tántrico. El era “como demasiado” independiente absorto en su análisis intelectual de Freud y el universo. Ella es de deseo Susanita pero con lecturas Mafalda, goza haciendo jalea de mandarina, soñando con futuro compartido. La pasaban bien. A veces él estaba algo ausente. De pronto, como un rayo, él le dijo que no, que no la amaba, que no sabía como era amar, que nunca pudo, que mejor dejarlo. Se lo dijo de un día para otro. No sos vos, soy yo.
Ella quedó en shock, pero su alma inteligente la mantiene serena y de pie.
El no sabe amar, no puede, no le sale. Y no es que no puede amarla a ella. Dice. No puede en general. Entregarse, fluir, sentir. Puede, en cambio, analizarlo, tener conciencia de la imposibilidad.
Extraña y trágica patología.
Y entonces me acuerdo de él, de Oliveira. Pobre. Y de mi extracto favorito:

“¿Pero no hemos vivido así todo el tiempo, lacerándonos dulcemente?
No, no hemos vivido así, ella hubiera querido pero una vez más yo volví a sentar el falso orden que disimula el caos, a fingir que me entregaba a una vida profunda de la que sólo tocaba el agua terrible con la punta del pie.
Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está nadando en el aire, girando alucinada en torno al campanario, dejándose caer para levantarse mejor con el impulso.
Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los nada. Yo los busco, los encuentro, los miro desde el puente, ella los nada. Y no lo sabe, igualita a la golondrina.
No necesita saber como yo, puede vivir en el desorden sin que ninguna conciencia de orden la retenga. Ese desorden que es su orden misterioso, esa bohemia del cuerpo y el alma que le abre de par en par las verdaderas puertas.
Su vida no es desorden más que para mi, enterrado en prejuicios que desprecio y respeto al mismo tiempo. Yo, condenado a ser absuelto irremediablemente por la Maga que me juzga sin saberlo. Ah, dejame entrar, dejame ver algún día como ven tus ojos.” (Rayuela, capítulo 21)

Oliveira no pudo. Oliveira se desespera cuando ya es tarde. Oliveira ruega esa cosmovisión que no tiene y que sabe que no tiene y paf, se acabó. Supongo que no lo hacen a propósito, son parias de un secreto, de una posibilidad para los elegidos: amar –en carne viva, vulnerable, contradictoria, inexplicable, sin recetas ni conclusiones-. Nadando.
A vos, amiga, chica rabanito, duele ahora, pero va a pasar. La Maga, o sea la poesía, o sea la vida, está de tu lado.
Del nuestro.